De locura, hambre y soledad.
Y tristeza y abandono. Pero también de admiración.
Todos esos sentimientos se me estrellaron de frente el domingo pasado durante mi visita al CAIS CUEMANCO . Un centro de atención a varones con enfermedades mentales, en abandono y situación de calle.
Mi hija estudia Psicología y en su materia de Psicopatologías deben asistir cada 8 días durante el cuatrimestre a hacer «prácticas» en dicho Instituto. El objetivo es que vayan relacionándose y observando en vivo y a todo color aquello de los transtornos mentales.
Ya de antes tenía referencia de que estar en el lugar era difícil, ahora con ella ahí tenía más información, y al regreso de cada una de sus visitas la veía muy cansada y apachurrada. Me contaba de la situación en la que viven y de las actividades que ellos como practicantes realizaban. Juegos, actividades manuales, música. Y siempre comida para el final del día.
Con el paso de las semanas se aprendió nombres y situaciones de los «usuarios» como les llaman, y cual era su enfermedad. A qué les gustaba jugar, y aunque cansada también regresaba satisfecha con el trabajo realizado. Durante estos últimos meses se dieron a la tarea de recolectar ropa, zapatos y cobijas para llevarles algo más.
La convivencia final
Así se llegó el tiempo de terminar con sus prácticas y a modo de clausura, les pidieron que en esa última visita llevaran a sus familias para que observáramos cómo trabajaban con los usuarios. Y hacerles un gran convivio para que se despidieran.
El domingo muy temprano salí de casa muy contenta para ver a mi niña en «acción». Vivimos muy lejos de ahí, así que el camino fue largo, casi dos horas. Llegamos cerca de las 11 de la mañana con cargamento de comida y ropa, globos y serpentinas.
Lo primero que nos dijeron antes de entrar fue: ¿Si les han contado sus hijos cómo es la situación aquí y lo que van a ver? Recuerden evitar en lo posible el contacto físico y no se despeguen de sus hijos.
Y muy valientes nos dirigimos a la explanada donde impacientes los usuarios ya esperaban a los muchachos.
Nada de lo que Fernanda me pudo haber dicho alcanzó para describir la realidad.
La cruda realidad
La primera pared con la que te encuentras, el olor; todos los malos olores humanos vician el aire. Sientes que vas a devolver el estómago. Están, en el mejor de los casos, vestidos con lo que hay a mano, sucios, muy sucios. Otros deambulan medio desnudos.
Luego comienzan a acercarse para saludarte, todos quieren tocarte, hablarte. Uno se acercó a abrazarme y yo quedé congelada como tonta. Fer muy dueña de la situación solo dijo, sin abrazos Fulanito, sin abrazos. Y sí, miedo es lo segundo que sientes.
Hay algunos que tienen retraso severo, otros esquizofrenia, TOC, ansiedad, depresión y más; hay quien habla con dificultad, otros se expresan a gritos o señas, o como Sutanito el que finalmente fue mi ayudante inflando globos, a él se le iba todo en reír. También hay quien no controla esfínteres. Hay quien está totalmente fuera de realidad, como en un viaje pues. Y otros que son totalmente»funcionales», hablan y actúan de manera casi normal y que se dan cuenta de todo. Y lo siguiente a sentir es tristeza, mucha.
A estas alturas ya tenía yo rato aguantando las ganas de llorar.
Comencé a bombardear a Fer con preguntas ¿Cómo llegó toda esta gente ahí? ¿No tiene familia? ¿Nadie los visita? ¿Por qué unos no tienen zapatos? ¿ No los bañan? ¿Sí comen?
Es gente abandonada por su familia, porque no podían cuidarlos. O que se quedaron sin familia. Gente que recogen de la calle. No, nadie viene a visitarlos. Solo hay un par al que viene alguien de vez en cuando. No hay mucha ropa o zapatos, y a algunos no les gusta usar. Los bañan cuando se puede, cuando se dejan. No sabemos exactamente qué comen.
Ahhh por favor ya no puedo. Quiero salir a llorar.
Después de las actividades, el Psicólogo a cargo ofreció unas palabras de agradecimiento para la Universidad, por 8 años ininterrumpidos de enviar a sus alumnos. A los practicantes les agradeció haber sido la familia de los usuarios en estos 3 meses, ya que eso les da ratitos de felicidad. Y les entregó su constancia y reconocimiento.
Para cerrar
Entonces procedimos a servir la comida. Los ojos les brillaban. Obedecieron la mayoría a formarse para recibir su plato. Otros hacían trampita. Los más se formaron varias veces. Y comían con tanto gusto, con tanta prisa y con tantas ganas,
Serví y serví muchos platos para evitar que otra vez me ganara el llanto.
La comida olía delicioso, y tenía varias horas sin comer. Pero que asco de persona sería yo si hubiera siquiera probado algo de esa comida. Debimos haber llevado más. Las ollas quedaron limpias.
Y nosotros agotados.
Agradecimientos.
Gracias a esos usuarios porque una vez más puedo ver lo afortunada que soy, de estar sana, de tener una familia.
A la gente que los cuida y atiende con los pocos recursos disponibles, incluidos los voluntarios que no cobran un solo peso, mi gran admiración y respeto.
A los estudiantes, gracias por darles un tiempo de felicidad, que a su vez les dio a ustedes un gran aprendizaje y satisfacción.
Gracias a mi niña que me invitó a compartir con ella este momento y que me hizo sentir muy orgullosa de ella, por su trabajo. Seguro va a ser una gran psicóloga.
Y ustedes, si quieren devolver un poco de lo que la vida les ha dado, pueden llevar la ropa que ya no usen, artículos de higiene personal, y cobijas.
«El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra»
Arturo Graf