Amanda


-No, mamá, no quiero tocar la campana, porque si la toco por segunda vez, quizás tenga que tocarla muchas veces.

Éstas fueron las palabras de Amanda después de otro enfrentamiento con el cáncer.

Ella nació rodeada del amor de su familia, con miles de hojas de calendario por arrancar.  A sus cinco años hubo que ajustar los planes.  

¿Cómo alguien tan lleno de vida, con sus años tan cortos puede enfrentar un diagnóstico tan abrumador?

El cáncer se metió en sus venas. Los años que debió pasar entre juegos y el jardín de niños estuvieron llenos de batas blancas en salas frías de un hospital y agujas con líquidos que le quemaban el cuerpo, aunque nunca la fuerza, a pesar de su edad.  Perder el pelo, soportar las náuseas, pelear contra el dolor y el cansancio, eran las cosas que vivía en sus días y sus noches.

El amor, cariño y cuidados de su madre y todos aquellos que la rodeaban, fueron el poste del cual sostenerse para lidiar el suplicio. A pesar de su condición, Amanda vivió su niñez lo más normal posible, pero tuvo que enfrentarse con los comentarios sin filtros de sus compañeros, que no están llenos de crueldad sino de desconocimiento, por la manera en que la enfermedad y tratamiento cambian el cuerpo. Es algo que a la fecha la lastima.

Por fin llegó el día de tocar la campana, símbolo sonoro del triunfo.  Ese tintineo que se siente como el pastel de cumpleaños perfecto o como la mañana de Navidad.

Así Amanda se llenó de bríos para seguir viviendo. Los años pasaron, cumpliendo con los cuidados y revisiones recomendadas. Avanzando.

La vida se pone difícil e incompresible muchas veces, es cierto. Pero si miramos con atención, entre todas las piedras que se encuentran en el camino, hay ángeles disfrazados de personas que ya transitaron ese espinoso sendero, o aquellos con un espíritu altruista, ambos con las manos y el corazón llenito de ganas de dar: su tiempo, sus recursos, su apoyo y una mano de la cual agarrarse.

Amanda los encontró a tiempo para soportar y luchar contra lo que venía: Unos años después de sacar a la enfermedad de sus venas, ésta se convirtió en un amasijo de células malignas alojada en un ovario.

Había que empezar de nuevo, con el miedo a lo que ya se conoce y se sabe que duele, en el cuerpo y en el alma. Pero nunca ha estado sola, se sabe amada y sostenida. Hay que hacer, lo que hay que hacer.

Pasaron un montón de meses de las tediosas rutinas, vinieron los días con el agujero en la panza esperando un resultado positivo en cada estudio sanguíneo, hasta el momento de volver a tocar la campana.  Ahora con sabor agridulce, con el temor a que se convierta en una parte cíclica de su existencia. A pesar de eso, la tocó.

Hoy Amanda tiene quince años, el carácter y la madurez se le forjaron a golpes, pero el brillo de la edad le brota por los ojos.  Está sana, está agradecida, está viva, con el corazón desbordando esperanza y las manos colmadas de futuro y confianza de no volver a tocar la campana.

La moda con causa

Hace unas semanas me invitaron a un desayuno para la presentación del evento Mi clóset, una venta de ropa y accesorios donados por celebridades para recaudar fondos para Aquí nadie se rinde I.A.P. Tengo que confesar que me emocionó mucho la labor que hace la fundación, su directora y colaboradores, de escuchar sus propias historias de vida. Es de aplaudir, también, que los famosos, sin más afán que el de ayudar, donen sus prendas prácticamente nuevas, para que los fans se desborden a la compra y se junten los recursos para beneficiar a niños que enfrentan al cáncer.

Me conmovió mucho Amanda, que estuvo ahí, ahora hombro con hombro con la fundación que tanto la ha apoyado.

Amanda, te admiro y te respeto porque a tus quince años has demostrado una fortaleza y valor inquebrantables. Te abrazo fuerte.

Por supuesto, a su mami: La vida no pudo darle a esa niña una mejor madre.

¡Larga vida para todos!

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