Mi viaje en la maternidad


Cerca de los 26 años se apoderó de mí eso a lo que llaman instinto maternal. Así, a mis 27 nació Alexis y a mis 30, María Fernanda. Los dos mejores momentos de mi vida, y los de más responsabilidad. Un antes y un después en mi existencia.

Dos criaturas de apenas 2.500 kg de peso, pero de una tonelada de ternura, con las cabezas pelonas y los pies con olor a galleta de vainilla. Se criaron con muy poca lactancia y mucha leche de fórmula, carne, pollo, frutas y verduras. No faltaron las “Cajitas Felices” y la comida chatarra del cine. Aprendieron a dormir toda la noche con mi técnica del chupón y también usaron andadera. Me persiguieron hasta el baño muchos años y tenían la capacidad de decir “mamá” ene veces al día.

Mientras crecían fueron mostrando sus tan distintas personalidades. El que bajaba las escaleras con precaución y la que descendía a brincos de dos en dos escalones. El que era escaso en sus palabras y la que platicaba hasta con su sombra.

Disfruté su infancia tanto como el tiempo de mamá trabajadora me lo permitió. Fue así como por las tardes, al regresar a casa, me convertía en portero o en voluntaria de prueba de una estilista. Gocé y sufrí todos los festivales escolares y los ojos se me aguaron en cada fin de cursos, con cada diploma recibido. Aprendí a dejar de lado el orden de la casa y a reírme al encontrar deditos marcados en las paredes. Coleccioné junto con ellos tazos, tarjetas, coches, figuras, muñecos y cualquier cantidad de cosas de la serie de moda. Memoricé el repertorio musical de Barney y los diálogos del Rey León. Vi Toy Story más de un millón de veces acostada en su cama. Me convirtieron en fan de RBD.

¡Claro que la maternidad es dura! Es cansada y muy difícil a veces. No todo el tiempo estás de buenas, de vez en cuando das un grito, otras veces quieres estar sola, las más estás angustiada con una fiebre que no cede. Sin embargo, son sólo momentos, la alegría de sus sonrisas, la sensación cálida de sus brazos y la complicidad que se logra, es para siempre.

Las tantas veces que ellos decían “mamá”, las tantas que les repetí a lo largo de sus años: “de las decisiones que tomen en la vida, tendrán que hacerse cargo de las consecuencias”, y “salgan y vayan tras lo que creen”. Y así ha sido.

Crecieron ellos y crecí yo. Su adolescencia y mi menopausia la transitamos juntos, soportando, como se dice ahora, y saliendo con muy pocos rasguños.

¡Ha sido tan emocionante verlos convertirse en adultos! Cómo superan cada tropiezo, su coraje y trabajo para conseguir cada uno de sus sueños y metas. Admiro su valentía.

No, no quiero a mis bebés de vuelta porque su mejor versión es ahora. Y aunque no vivan en casa, seguimos siendo socios, cómplices, mamá, hijo e hija.

Fue un privilegio acompañarlos y guiarlos en su evolución personal, y seguirá siéndolo mientras me lo permitan.

Nada me deben, pero si creen que así es, pagada estoy cuando aún dicen: “¡mamá, mamá, mamá!”Mamá, Madre, Maternidad, 10 de mayo

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