¿Silencio? ¡Claro que no!


“Miss, aunque me cambie de lugar voy a seguir platicando. Y si me pone enfrente de su escritorio, pues voy a platicar con usted.”

Esa era Fer en segundo de primaria.

Cuando tenía dos años, pensábamos que tenía un problema de lenguaje o que quizás no escuchaba bien, porque su vocabulario era limitado, además de no pronunciar correctamente las sílabas compuestas ni la letra erre.

Se le hicieron todas las pruebas de audición requeridas y no había problema con sus oídos, así que lo siguiente era llevarla a un centro de terapia de lenguaje. Unos días antes de la cita, se soltó a hablar como orador profesional y de ahí no hubo quien la callara.

Dejó de decir tlen, felocalil, Tibilín, tabajo y, lo más importante, dejó de llamar puto a su peluche de Pluto.

Ya sin la lengua trabada y con las palabras fluyendo ligeritas, nada la detuvo para externar sus sentimientos y emociones, para defender sus puntos de vista y, para hacer, a partir de un día de común y corriente, todo un cuento con planteamiento, nudo y desenlace.

Y no se diga de contar un chismecito, nadie lo cuenta con tanta sabrosura y detalle como ella.

Esa personalidad le trajo uno que otro inconveniente, pero a cambio le ha dado popularidad, reconocimiento y muchas amistades.  Es psicóloga y trabaja como reclutadora, una profesión perfecta para alguien que habla, habla y habla.

Mientras crecía, debo confesar que muchas veces pensé: Dios, ¿de dónde apago a esta niña? Ja,ja,ja,ja; aunque lo cierto es que me alegra y celebro que sea así.

Porque sabe lo que quiere y cómo pedirlo. Porque nunca se callará ante una injusticia o para hacer un reclamo, pero tampoco guardará silencio para decir te quiero o para ofrecer consuelo.

Amo que las palabras le broten tejiendo ideas, sueños y planes. Me rindo todas las veces que me dice te amo, mami, y acompaña su hablar con un abrazo y su carita de niña. Estoy tan orgullosa de ella, de su fuerza, de su carácter, de su determinación, de su responsabilidad.

Hoy cumple 27 y deseo que nunca se calle, que siempre use la fuerza de las palabras para decirle al mundo que “calladita no se ve más bonita”, sino que, “hablanchina, luce preciosa”.  

Te amo, mi nunca silenciosa, princesa.

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