Amor y erotismo

Tener 50 o más no implica renunciar a amar o a restringir nuestra sexualidad. Estamos descubriendo una vida plena, con más libertad; sabemos quiénes somos y qué queremos; confiamos en nosotras mismas. 

Esta vez no se me ocurrió una forma mejor para explicar el tema y lo hice a través de este relato que comparto con ustedes. 

Rompiendo límites

Se enamoraron a punta de letras; a través de un monitor en donde cupo un océano.

Él le escribía poesía poniendo las estrellas en sus manos. Ella, largas cartas ofreciéndole noches con la luna como cama.

Hace 15 horas, Angela tomó un avión y ahora está sentada frente a Franco; en Le Café du Trocadéro, en el distrito VIII de París.

Un croissant de chocolate y un expresso darán el sabor y el aroma para seguir escribiendo su historia.

La plata asomada en sus cabellos y las arrugas en los ojos dicen que los veintes quedaron lejos, pero el calor en las mejillas, la humedad en la entrepierna y la dureza que busca salir de su prisión de tela hablan de dos cuerpos madurados por los años, sin falsos pudores; que saben tomar su tiempo y llevar el ritmo de sus deseos.

Caminaron con las manos y las ganas enredadas; los castaños, los tilos y las hayas, les marcaban el sendero; más allá, un edificio y sus chimeneas; una habitación y un ventanal donde la Torre Eiffel se asomaba para ser testigo de que el amor y la pasión no tienen tiempo ni frontera.

Las palabras melosas y las rosas quedaron tiradas en la puerta de la habitación. Al cruzar, la calentura hablaba. Franco la atrapó en la primera esquina disponible. Con una mano haló su cabeza hacia atrás tirando de sus rizos; con la otra levantó su falda, le abrió las piernas; recorrió el encaje negro que cubría su sexo y sin dificultad metió dos dedos. Ella ni siquiera intentó disimular su gemido; se abrió un poco más y se balanceó sobre la mano que la invadía, el primer orgasmo llegó.

Presta a devolver el favor cambió los roles, destrabó el cinturón y jaló del zipper, se arrodilló y dejó marcado con labial indeleble el falo desnudo.

De un salto abrazó con las piernas la cintura de Franco que sin ninguna sutileza la tomó de las nalgas y la llevó hasta la cama.

Lamió con descaro el cuerpo salado de Angela, desde los senos al clítoris; olfateó desde las orejas hasta la vagina; los ojos le estallaban de lujuria al verla arquearse en cada orgasmo.

Ella lo montó penetrándose, retomando el control; una y otra vez hasta sentir que no había más espacio dentro de ella. Franco se abandonó a las contracciones en su bajo vientre, eyaculó y dejaron que el líquido seminal los perfumara.   

Al fin, el cansancio del encuentro los deja ahí, próximos; él pensando que había escrito su mejor poema, ella que había redactado su mejor carta.

Angela cruzará de vuelta el mar, Franco regresará a su rutina; ninguno volverá a ser el mismo. Seguirán unidos por una pantalla, esperando la próxima vez para romper sus límites.