El día que dije: ¡Basta!


La violencia que viví

violencia, violencia de género, violencia contra la mujer, día naranja, erradicación de la violencia. En aras de la concordia, por pena, por miedo, permitimos un sin fin de tropelías sin siquiera registrar que son violencia y lastiman en silencio.  Hasta que un día dices ¡basta!

Y el mío fue así:

El día transcurría en total normalidad. Dejé muy temprano a los niños en la escuela y con suficiente tiempo llegué a trabajar.

Se respiraba festividad en el ambiente. Diciembre pareciera ser el mes en que cualquier falta, afrenta o herida recibida, se diluye o entra en pausa.

Al dar las 6.00 p.m. puse en práctica la “Operación cajón”, los papeles y pendientes quedaron para otro día.

Mi entusiasmo era evidente, porque alguien preguntó: ¿a dónde tan contenta?

-Voy por mis hijos, nos vamos de compras, van a escoger su regalo de navidad.

Subí la escalera hasta el departamento con mis tenis en mente. Me esperaba todavía un largo recorrido de calles y escaparates y no iba a hacerlo en tacones.

En cuanto él se  fuera, saldría de prisa a disfrutar la tarde “shopping”; mejor que un café por la mañana, es contemplar la mirada ilusionada de los niños eligiendo sus juguetes.

Al abrir la puerta, debí parpadear varias veces para asimilar lo que veía. No había nada.

Se paralizó el corazón y el estómago giró hasta provocar vacío, como la centrifugadora que tampoco estaba.

–¿Entraron a robar?

Crucé el pasillo, que me pareció el más largo y pesado que haya recorrido, como si tuviera un grillete en las piernas. A través de la oscuridad que llenaba las recámaras, vi en el suelo, un colchón y un montón de ropa sobre él, como cuando por una falsa caridad le arrojan las sobras a quien lo ha perdido todo.

Con la vista y la razón nubladas, me detuve en la puerta del cuarto infantil, respirar entonces fue como inhalar cloramina. Y de pronto todo el dolor se convirtió en ira.

-¡Pero qué poca madre de hijo de la chingada.! ¿Cómo se atrevió? Ese arrepentimiento mostrado, esa devoción por el cuidado de los niños después del divorcio, todo fue una pinche mentira, la peor de sus chingaderas. Como una pendeja había vuelto a creer en él.

-¡Qué pocos huevos de cabrón! Se llevó mis cosas, como un muerto de hambre. Que se las quede, los muebles no hacen hogares. Pero ¿mis hijos? ¿cómo me hace esto? Si sólo vivo por ellos. ¿Cómo les hace esto?

No sé ya si lloró de tristeza, de coraje o impotencia. Solamente entiendo que mi vida desde hoy no volverá a ser la misma.

Y no volvió a serlo.

Sólo yo podía cambiar la situación; enfrenté mis miedos y los convertí en coraje para luchar, tomé decisiones que nunca pensé, asumí riesgos.

No fue fácil pero la enseñanza fue enorme.

Nadie puede violentarte, nadie puede decirte que no vales, nadie debe de hacerte sentir menos. nadie puede chantajearte, NADIE.

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