El supermercado y la vida


Un día en el supermercado

Supermercado, cuarentena, vida, cincuentona¿Encontró lo que buscaba?
—Qué buena pregunta, joven. Pues mire:
Primero me dirigí al área de frutas y verduras. Me brillaron los ojitos, todo lucía tan fresco y exquisito como las ilusiones y los nuevos planes que hacemos en la víspera del primero de enero o de nuestro cumpleaños.

Tomé un par de zanahorias para aquello de ver bien, ser firme y fuerte. La sonrisa que tenía extraviada por tantas desgraciadeces que me hicieron o, mejor dicho, que permití que me hicieran, la encontré en un cuarto de sandía roja y jugosa. Hágame el favor. Y la dulzura de los mangos, esa también me la llevo, la quiero directo en mi boca a cada mordida.

Le aseguro, joven, que esta vez no dejaré que mis frutas y verduras terminen podridas en el último cajón del refrigerador, al igual que mis ganas de hacer ejercicio y dejar de fumar.

Luego caminé a la sección de carnes y pescados. Me llevé un kilo del mejor bife, estoy escasa de proteínas y necesito recuperar los músculos que se quedaron en la ropa de gimnasio que hace muchos años no uso. Con la edad todo se va cayendo, desde la piel hasta los sueños; pero ¿sabe qué? Si bien con el físico ya no tengo tanto éxito, decidí no dejar de fantasear con las cosas que deseo.

Dicen los médicos que no hay que abusar de la carne roja. Me imagino que es porque se parece mucho a algunos tipos de amores, esos con los que nos encandilamos fácil, pero que terminan siendo nocivos para la salud. Pff… Si le contara. Por eso también llevo varios filetes de pescado, para balancear, pues. Son descoloridos y no tienen el sabor adictivo que da la grasa, pero su olor me recuerda las vacaciones de verano en el mar y los atardeceres llenos de romance, donde las olas en su ir se llevaban mis penas y en su venir me traían consuelo, lo único que lastimaba era la arena convertida en brasas. ¿Ya le dije que estoy considerando, seriamente, cambiar mi residencia a la playa?

Después, me di una vuelta por la zona de limpieza del hogar y tomé dos frascos de lejía, el baño requiere una buena friega. Lo limpiaré con tal ímpetu, que no queden restos de hongos y humedad, ni rastros de aquel recuerdo cuando me quitaron la razón de vivir y me devaluaron hasta que dejé de creer en mí. Le voy a devolver la pureza y el brillo a los mosaicos y a mi autoestima, como que me llamo Victoria.

Por último, pasé al pasillo de salud y belleza. No sabe lo que encontré, unos cosméticos divinos para maquillar mi expresión triste y cansada. ¡No más! Y un shampoo que promete pelear con la calvicie por estrés, de ese aproveché el tres por dos.

Supermercado, cuarentena, vida, cincuentonaLos congeladores los vi de lejitos, frialdades tengo suficientes. En casa, una sala a la que nunca le da el sol y en los corazones de quienes dicen quererme, una maldita indiferencia que hiela más que masticar una paleta de grosella, aunque por lo menos esa sabe rica. ¿Frío? No, no, no. No, gracias, ya sentí el de la muerte cuando dije adiós para siempre a los míos. Lo que necesito es el calor de un “te quiero”, “eres importante para mí”, “todo va a salir bien”, que debo empezar por decirme a mí misma. Eso sí, joven, recibiría con gusto y sin reservas un abrazo mudo de esos que dicen más que las trescientas ochenta y un mil ciento cuatro palabras del Quijote.

Bueno, para no hacerle el cuento largo, recorrer el supermercado es un viaje por la vida y lo que echamos en los carritos es nuestro reflejo. Aquí van mis miedos e inseguridades, pero también mis esperanzas. Entonces, sí, sí encontré lo que buscaba. ¿Cuánto le debo?

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