Habitación 117


habitación 117, sexo, san valentin, día del amor y la amistad, 14 de febrero—Ponte el vestido azul y la tanga de encaje que le hace juego. Voy a devorarte completita y empezaré desde abajo. Habitación 117, cinco de la tarde.

¡Maldición! ¿Por qué no apagué el celular? Vine a este hotel a diez horas de mi casa para desconectarme del mundo y un fulano manda whatsapp al número equivocado. ¡Carajo! Son las seis de la mañana. ¿Devorarme completita? ¡Ja! No, no a mí.

Me acurruco para agarrar el sueño de nuevo y… ¿desde abajo, dijo?  Coño, ahora repito de memoria el texto. Empiezo a imaginarme cómo será su cara y me obligo a vencer la tentación de agregarlo a mis contactos para ver su fotografía. ¡Va! no me importan las fantasías sexuales de un desconocido.

—¡Ponte el vestido azul…! Vaya que el hombre pide lo que quiere sin rodeos.

Doy una vuelta y otra en esta kilométrica cama tratando de ignorar que empiezo a escurrirme como una vela. ¿Comenzará a comérsela antes de quitarle el vestido? ¿Cómo será ella? Cierro los ojos y dejo de pensar, mi mano perdida entre las piernas se ocupa ahora de quitarme la ansiedad.

El sueño no vuelve, así que me levanto y hago una carrera en puntitas hasta el baño para evitar el frío de la cerámica del piso. Tomo la regadera móvil y dejo que la presión del agua desbarate mis rizos, que se lleve el sudor y los restos de líquido salado.

Me arreglo para salir. Rocío una brisa de olor vainilla sobre mi ropa. Tomo mi libreta de apuntes y salgo a cazar historias. ¿La habitación 117 tendrá una cama tan grande como la mía? Camino por las calles empedradas del pueblito, curioseo en las tiendas de artesanías, hay un restaurante bar muy mono pero decido sentarme en la terraza de una cafetería que huele a pan recién hecho.

—Dos bizcochos y un café cargado— le ordeno al mesero.

Apenas son las diez. ¿El degenerado vivirá en este lugar y la dama, objeto de sus bajos instintos, vino a su encuentro? 

Tengo la esperanza que el aire provinciano me ventile la inspiración, hice la promesa a mi editor de llevar terminado el libro de cuentos que debí entregar hace un mes. Por cada dos renglones que escribo, levanto una vez los ojos buscando a un caballero con mirada lasciva.

Sin mucho avance en la escritura, regreso al hotel; un poco de sol y uno, dos y tres cockteles a la orilla de la alberca no mejoran la fluidez de las ideas. Dijo completita, voy a devorarte completita, empezando por abajo…, eso dijo.

habitación 117, sexo, san valentin, día del amor y la amistad, 14 de febreroMúsica apenas audible, rosas rojas en cada esquina de la habitación y, junto a la cama, Moët & Chandon en una cubitera de plata. Un cuerpo sin rostro me levanta en vilo y me arroja sobre la cama, la botella de champagne escupe con fuerza su contenido y empapa mi cara, anunciando lo que vendrá. Despierto sintiendo que me ahogo, el camarero ha tropezado con mi camastro derribando sobre mí un gin and tonic. 

Miro el reloj, faltan quince minutos para las cinco, subo enfadada los tres pisos de escaleras hasta mi cuarto, me pongo un vestido que no es azul pero la tanga de encaje negro sí le hace juego, bajo por el elevador hasta el nivel uno y el número 117 aparece frente a mí.

—Fíjese que no— le expreso al sorprendido intendente que abre la puerta.

Me escabullo hacia adentro, doy un portazo a mi espalda y le digo con firmeza: usted a mí no va a devorarme nada… ¡Pásele el seguro a la puerta!

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