La historia de un lunes por la noche


Lunes, 21 de octubre de 2019

Era nuestro cuarto día en Nueva York: El tan esperado lunes, el #MondayNightFootball del futbol americano; partido en el cual, mi hijo esperaba ver a sus Patriots derrotar al equipo de casa,  Jets.  Estaba tan entusiasmado como si fuera seis de enero por la mañana y él un niño de cinco años.

Dato curioso: Los Jets de Nueva York NO juegan en Nueva York; el MetLife Stadium está en el suburbio Meadowlands en East Rutherford, Nueva Jersey.  Un viaje, que según san Google Maps y la página oficial del sistema de transporte neoyorkino (MTA), nos tomaría aproximadamente hora y media o un poco menos, dependiendo el lugar de Nueva York en que estuviéramos. El juego comenzaría a las 8:15  p. m., por lo que decidimos irnos con suficiente tiempo para llegar relajados, dar una vuelta en los alrededores del recinto e instalarnos con calma en nuestro asiento. Bueno, y también porque mi pie lastimado no me permitía andar muy deprisa.

A las 5 p. m. detuvimos el recorrido turístico para tomar camino rumbo al estadio. Optamos por la ruta que indicaba MTA,  que nos pareció la más fácil de seguir.  Hela aquí:

¿Sencillo, no?

Pues es un poquito (muy) complicado hacer un transbordo cuando en la estación donde debes hacerlo pasan ocho líneas y el dichoso PATH. Orientándonos por la señalización, llegamos al mezzanine y ¡oh, sorpresa! hay cuatro — ¿o más?— trenes diferentes, por fortuna, Alexis ubicó pronto el que nos llevaría hasta Hoboken Station, en el estado de Nueva Jersey.  Íbamos, como dice nuestro presidente: «requetebien». Una vez ahí, subimos la escalera hasta la terminal NJ Transit Rail.

¡Ay, no, chingao, cuántos trenes!  Vieja la estación, pero eso sí, con taquillas automatizadas, dignas de novela de ciencia ficción. Gente corriendo de aquí para allá, nadie a quien le importe si eres extranjero y no entiendes un carajo su sistema ferroviario y sus maquinitas. Te paras enfrente de la pantalla con actitud de tengo todo bajo control, en este caso él, porque yo no tenía ni la más remota idea de qué hacer.  La guía que veníamos siguiendo decía comprar boleto a Meadowlands;  ajá, sólo que el monitor daba tres opciones de traslado al mismo lugar.  En este punto mi naturaleza femenina: ¿por qué no preguntas?, y su programación de ADN: los hombres no pedimos indicaciones, salieron a flote:

¿Y si…?

—Alexis, ¿y si le preguntas al poli o a alguien en la fila, cuál boleto debemos comprar?

No, espera, ya vi cuales son, me contestó. Dos toques y nueve dólares después teníamos los boletos… equivocados. Un buen hombre, formado detrás de nosotros, desesperado quizás, nos preguntó si nos dirigíamos al partido. Era obvio por el look de Alexis ¿no? Con cara benevolente dijo que esas entradas al tren no servían. 

¡No, pues qué lindo! ¿por qué no intervino antes? pensé; una vez que, muy gentil nos ayudó a comprar el ticket adecuado y llegar hasta el tren que correspondía, le sonreímos dando las gracias.

¡Listo!, de ahí directo al estadio, llegaríamos según Google Maps en veinticinco minutos. Eran las 6 p. m.

Al llegar a la siguiente estación, Secaucus Juntion (parece nombre de hechizo de Harry Potter ¿verdad?), de nuevo yo:

—Hijo, ve cuánta gente está bajando, ¿no será aquí? Pregunta.

De nuevo él:

—No, mamá, mira el mapa, el estadio se ve lejos todavía.

El tren avanzaba y avanzaba y avanzaba. Como a la antigua, te subes al tren y después pasa una persona a recoger los boletos. En este caso se trataba de una señora que volteó los ojos en señal de ¡qué pendejos! cuando vio la dirección que marcaban los nuestros.

—Si van a partido debieron bajar en la estación anterior y transbordar, este tren no es directo. Ahora deben llegar al final de esta ruta, cruzar la escalera hacia el otro lado de la vía y esperar el tren de regreso; bajan en la estación correcta y toman el otro tren que va a el estadio—sentenció.

Después de «¿por qué no preguntas?», ¿cuál es la siguiente frase favorita de las mujeres? : «Te lo dije»

Expresión de la cual me arrepentí al ver la cara de angustia del chamaco cuando supo que el final de la ruta estaba, aún, a treinta minutos de distancia.

Calladita para no mortificar más al muchacho, me imaginé llegando hasta Filadelfia. Sí, soy una exagerada pero no le veía fin al recorrido y el tiempo que llevábamos de sobra se acortaba.  A mí, como sea no me afligía llegar un poco tarde, pero  ¿y la criatura?.  Para él era muy importante arribar puntual.

¡Al fin, llegamos! Un tren estaba ya estacionado del otro lado, cruzamos y el operador nos dijo que en cinco minutos abriría la puerta para abordar. Nota: estábamos solos y nuestra alma en aquella estación de ferrocarril en las orillas de un pueblito llamado Suffern.

—Sí vamos a llegar, hijo, ya no te preocupes.

Eran las 7 p. m.

lunes, lunes por la noche, NFL, Jets, Pats. Metlife Stadium

Flecha naranja= Origen Flecha azul= Estadio Flecha roja =Pueblo perdido

El caballero del tren desapareció, pero a los cinco minutos exactos se abrió la puerta del vagón que teníamos enfrente. Alexis subió primero para darme la mano y ayudarme.  No hubo oportunidad, la puerta se cerró tras su espalda.

No, no, no, no puede estar pasando esto.  Ya valí madre, pensé. Sola, en medio de la nada, de noche, con un muy básico dominio del idioma local, restringido sentido de orientación,  y un pie a medio funcionamiento.  Extra: La batería de los celulares al 30%.  ¿Por qué no fuimos a ver el juego a un pinche bar?

Alexis me hacía señas por la ventana de la puerta, yo no entendía nada. Me dispuse a tirarme a las vías en cuanto el tren arrancara.

Tres siglos, digo, tres minutos después la puerta volvió a abrirse. Olvidé el dolor del pie y subí de un salto.  Nos sentamos y fue imposible no reírnos a carcajadas, de mí, obviamente. El ferrocarril tardó casi un cuarto de hora más en salir; ya no estábamos solos, en ese lapso abordó mucha gente vestida para la ocasión así que dije: Hijo, sigámoslos cuando bajen.

¡Ja-ja-ja-ja! Cuando descendieron, todos tomaron rutas distintas porque en esa estación hay muchas formas de llegar al estadio.  ¡Con una chingaaaada!

Antes de que yo dijera algo, Alexis preguntó con boleto en mano donde estaba nuestro anden. Faltaban cinco para las ocho cuando finalmente arrancó el convoy directo al MetLife Stadium.  Ocupamos nuestro lugar en el graderío, en el mismo instante que el equipo local daba la patada de arranque del juego; ahí terminó la batalla de sexos y nos convertimos en dos fans  disfrutando de su deporte favorito. 

El partido terminó con un marcador de 33 – 0 a favor de los Pats.  La cara de mi hijo pagó todo el vía crucis previo.

Viajábamos de regreso a Manhattan cuando llegó la medianoche, cansados pero felices lo abracé para decirle:  ¡Feliz cumpleaños, mi niño!

 

 

 

 

 

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