Cáncer de mama, la historia de Andrea


Andrea y el cáncer de mama

cáncer de mama, cáncer, octubre rosa, 19 de octubreAndrea sintió el frío de la orfandad cuando tenía cinco años. A su corta edad no entendía de aquella enfermedad que le impedía a su madre jugar al té o peinarla para ir al kínder. Tímidamente, Andrea entraba por las tardes a la recámara de mamá para recostarse a su lado y pedirle que le leyera un cuento.

Una mañana de domingo de junio, papá entró a su habitación y con los ojos inundados de tristeza y la garganta hecha un nudo ciego, le dijo que mamá había emprendido un viaje, no como los que hacía al hospital, sino aquel del que no volvería. Le ofreció como consuelo, la certeza de que al fin su dolor estaba extinto, no así el amor por ella, que podría sentirse desde el más allá; en el viento, en un cuento, en una foto.

Frente al espejo, Andrea se arreglaba para la cena navideña número 20 desde que su madre no estaba. La fotografía sobre el tocador le gritaba cuán parecidas eran. Ahora Andrea tenía su propia familia, un esposo amoroso y una niña a la que adoraba, cinco años tenía Mina, la misma edad que ella cuando quedó huérfana.

Con una terrible sentencia genética sobre sus hombros, Andrea estaba acostumbrada a visitas periódicas y estudios incómodos desde muy joven. Lo más difícil de llevar eran los días de incertidumbre que ponían su corazón en pausa hasta tener los resultados.

Los próximos llegarían en vísperas de año nuevo.

cáncer de mama, cáncer, octubre rosa, 18 de octubreLa sensación de alegría, paz y esperanza que llenan el ambiente y fortalecen el espíritu de la gente en las fiestas decembrinas, no alcanzaron como sedante cuando escuchó, del otro lado de su teléfono celular, la voz del médico diciéndole que debía presentarse con urgencia en la clínica.

En su cabeza le sucedieron imágenes y momentos de su infancia y juventud creciendo desprovista del cariño materno, y las proyectó al futuro. Ahora sería Mina la que fuera criada por otra mujer, la que iría a la escuela de la mano de una extraña. No podrían ir juntas de compras, no la consolaría cuando la rompieran el corazón y tampoco la acompañaría a escoger su vestido de novia.

Tres días y sus noches, Andrea lloró para sacar el miedo y darle espacio al valor y a las ganas de no repetir la historia.

A primera hora del cuarto día de enero cruzó la puerta del hospital que la vería luchar todos los jueves durante seis meses.

Andrea fue mi compañera de trabajo y amiga.

Aguantó, sin el mínimo reparo, las náuseas y mareos que la llevaban casi al desmayo, después de cada sesión de quimio. Optó, por el cabello corto como un desafío a los químicos que le tirarían sus rizos borgoña y se apoyó en el trabajo como terapia ocupacional. En todo el proceso no le faltó la compañía y el amor de su familia y amigos.

Terminó su tratamiento y algunos años después la declararon en remisión. Aún acompaña a Mía todos los días a la escuela, no importa que la niña sea una universitaria, van de compras y hacen planes para el futuro.

El cáncer no es un veredicto de muerte. Gracias a las revisiones anuales, Andrea detectó a tiempo la enfermedad y no corrió con la suerte de su madre.

No te dejes para después, tú eres prioridad, tu gente te necesita. Cuidar nuestra salud es la mejor muestra de amor a nosotras mismas.

 

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