Recuérdame


Recuérdame y no habré muerto del todo

Día de muertos, muerte, 2 de noviembre, muertos, recuérdame, olvidoTal vez morir sea algo parecido a una cámara fotográfica que agota su batería y no puede capturar más las sonrisas en un día de campo, atrapar tristezas en un aeropuerto o iluminar con su flash hasta cegar; o puede ser que los 21 gramos que el cuerpo pierde con el último aliento sean en realidad el alma quedando libre para ir al reino de los muertos. Como en Coco, la película, ¿se acuerdan?

Cada Día de Muertos vienen a visitarnos a través de un camino de cempasúchil hasta la ofrenda donde les tenemos preparada una fiesta con sabor a chocolate y chile del mole, a naranja y azahar del pan de muerto; con olor a café con piloncillo, un buen mezcal del que raspa la garganta,  y por qué no, con el son de un mariachi o los acordes de su balada favorita.

Día de muertos, muerte, 2 de noviembre, muertos, recuérdame, olvidoSegún la película, a aquellos a quienes no les pusieron ofrenda no se les permite la salida de mundo de los muertos, y con el tiempo es inevitable que todo rastro de ellos se borre para siempre.  Si he de confesarles yo no pongo ofrenda; pero no olvido a mis muertos y eso los hace inmortales para mí. Mi fiesta es interna, no les lloro de tristeza, celebro su vida.  Y hoy ofrezco mis letras para honrarlos.

Les presento a mis muertos

Día de muertos, muerte, 2 de noviembre, muertos, recuérdame, olvidoPapá

Mi padre era un hombre sencillo, de gustos simples como beber cerveza o una cubita frente a la televisión los domingos; de risa sincera y bromas ligeras a la menor provocación. Por él conocí a la Rondalla de Saltillo y a Bienvenido Granda.  Me enseñó a jugar dominó cuando apenas alcanzaba de puntas la orilla de la mesa.  Y cada que pruebo un chocolate Vaquita, vienen a mi mente aquellas tardes cuando él volvía del trabajo silbando, y mis hermanas y yo corríamos a recibir el regalo.

Un campechano típico que vestía guayabera para las fiestas. La vida lo llevó a vivir de nuevo junto al mar, pero estaba aquí de vuelta siempre que podía. Los nietos fueron su alegría y un nuevo golpe de vida.  De adulta lo sentí más cerca y aunque no pude darle la mano para despedirlo, no quedó nada sin decirnos y podremos conversar  otra vez cuando mis 21 gramos alcancen a los suyos.

Del lado de mamá

La mamá Maria, Doña María como le decían los demás, fue mi bisabuela materna por suerte natural, pero mi abuela por elección. Soldadera de la Revolución y casada con un militar, a la muerte de él, se convirtió en la matriarca de los Lerdo de Tejada. La recuerdo sentada en el sillón que hacía de trono en su pequeño departamento; desde ahí dominaba todo. Sus manos eran fuente de arte, tejía la rafia de manera magistral hasta convertirla en bolsas y monederos que vendía o regalaba. La curvatura en su espalda que la hizo bajar su estatura, no la hizo bajar de sus tacones, ella ya sabía aquello de «Antes muerta que sencilla». La imagino perfecto dando ordenes allá donde esta, mientras bebe su café con leche y se come una buena concha.

La tía Bertha era una de las hijas de la mamá María.  Trabajó sin descanso toda su vida. Odiaba que le tomaran fotografías, rezaba un rosario por la tarde y fumaba Raleigh, vicio que dejó un buen día que dijo: Este es mil último cigarro y de golpe y porrazo nunca más volvió a fumar. Mis respetos por eso, y por muchas cosas más. Me regalaba dinero cuando llevaba mis boletas de calificaciones llena de dieces y me ofreció sus sacos cuando tuve que vestir formal en mi primer empleo. Y aunque sus últimos años vivió atrapada en la prisión de su cuerpo, nunca perdió la cordura ni el control y podías escucharla gritarle a su hija ¡Lety veen!

Al tío Pancho, militar de profesión, pero un gran handyman en su retiro, un maestro del ajedrez. el que nos abrió las puertas de su casa incontables tardes para jugar en los columpios; el padre de mi madre, ¿qué mas puedo decir?

La tía Eugenia, el tío Juan, hermanos de Bertha, siempre presentes en mi niñez. Me regalaron un montón de primos compañeros de juegos y cómplices de travesuras.

Tampoco olvido a Fili, el esposo de Lety, hombre íntegro, maestro de profesión, que siempre tuvo muestras infinitas de cariño para nosotros su familia política; la mente le jugó la mala pasada de borrarle los recuerdos, pero nos dejó unos muy gratos.

A Doña Ruth, la vecina de privada que me llevó en mi primer y único viaje en tren hasta Tulancingo; sabia señora a la que un día, a mis diez años le dije, ya quiero cumplir quince, contestándome: Niña, disfruta tu infancia, una vez que cumples quince la vida se va como agua. ¡Y fue cierto!

Del lado de papá

Día de muertos, muerte, 2 de noviembre, muertos, recuérdame, olvidoLa abuela Tina, que fue viejita siempre,  jijijii. Bebía café en «pote» de peltre y tenía un baúl de tesoros escondido del cual sacaba de vez en cuando, aretes de oro para regalarme.

El tío Polo que nos traía la fayuca de Chetumal fue también un digno representante en la selección carmelita de básquebol.

El más consentidor fue el tío Musa,, que nos recibía en su bicicleta cuando bajábamos de la panga en Ciudad del Carmen y en casa disponía las hamacas para mecernos a placer. 

La entrañable tía Lela que nos llenó la panza con sus creaciones culinarias. Tendrían que comer su brazo de frijoles refritos, con queso y aceite de oliva, y el relleno negro, para entenderme:; renunció al amor para cuidar a Tinita.

El galán de la familia Moreno, fue el tío Ramón que salía por las mañanas muy rasurado y peinado,  oliendo a Jockey Club.

El tío Gonzalo, aquel que pedía una «abejita» (taxis amarillo con negro y blanco) para ir a casa, este año se ha unido al clan y me imagino menuda fiesta que tienen.

No, nadie se va para siempre si los recordamos:  y mientras llega mi fecha de caducidad me dispongo a vivir en plenitud, a disfrutar a mis vivos y nunca, nunca dejarme morir en vida; solicitando sólo una cosa, cuando eso pase:  Recuérdame

 

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