Violencia sin rastro. ¿La identificas?


Violencia, Violencia contra la mujer, 25 de noviembre, violencia psicológica, Día naranja“¿Cómo que Ana se suicidó?”
“¿Pero si se veía tan feliz?”
¿Por qué lo hizo si no le faltaba nada?
¡Ricardo le daba todo! ¿Cómo le hace algo así?Son las preguntas que, entre cuchicheos, mis familiares y amigos se hacen mientras me están velando. Pero yo, al fin estoy tranquila. 

Como sea ya no existía, sólo era un amasijo de huesos y carne, vacío de sentido. Me dolía ser, por eso decidí no prolongar más mi agonía y le di fin anoche. Por lo menos esa elección sí fue mía.
Sólo siento pena por mi mamá, es la única que supo leer la tristeza en la inclinación de mis ojos aun cuando mi boca parecía luna menguante. Ella no hace preguntas, se limita a llorarme desde la esquina de esta sala mortuoria. Quise escribirle una nota, pero mientras tragaba una a una las cincuenta píldoras del antidepresivo prescrito por el psiquiatra, mi poca determinación y fuerza impidieron que fuera capaz de sostener la pluma.

Honestamente ellos tienen razón, yo tenía todo. Ricardo era el hombre perfecto: guapo, adinerado, exitoso, deseado y, como él dijo más de una vez, fui afortunada de que se enamorara de mi sonrisa franca y ruidosa, de mi naturalidad tan de la gente común, de que me eligiera como su esposa. Sin embargo, tuve que cambiar una vez que nos casamos. Él me enseñó cómo debe comportarse una señora de sociedad: ahogando las risas “vulgares” y apuñalando la frescura natural. Pobre, tuvo que encargarse de comprar la ropa apropiada para mi nuevo papel y de decorar el lujoso departamento en el cual no pude colgar ni un cuadro con la foto de mi abuela, pues mi apreciación de la estética decorativa era penosa.

Era muy considerado, puso a mi disposición una mucama, una cocinera y un chofer. Insistí en cocinarle pero los primeros hot cakes que le preparé se quemaron. Esa mañana me dio un beso en la frente y me dijo: que la cocinera se encargue, no quiero imaginar que pretendas hacer un plato fuerte. No te sale. Mejor ponte a leer, te haría mucho bien.

El chofer cobró por prácticamente no hacer nada, porque Ricardo decidió que ya no debía trabajar, tampoco hacerme cargo de las compras o cualquier otra actividad que me expusiera a los peligros en la calle. Si quería ver a mi familia o a alguna amiga, en casa eran bien recibidas. ¿Dinero para ti? No lo necesitas, me dijo. Avísame lo que se te ofrezca y te lo compro. El amor lo hizo sobreprotegerme, claro, eso fue.

¡Cuánta razón tuvo él cuando me explicó que no haber tenido niños fue lo mejor que nos pasó! Después de dos abortos espontáneos era clarísimo que si no era buena para parir hijos, mucho menos para ser madre. Además, así no tendría sexo con una gorda o descuidada. Obvio, cuando él tuviera ganas.

Se preocupaba tanto por mí que me hizo cita con el mejor psiquiatra de la ciudad para curarme la “loquera” que me hacía creer en infidelidades y alzar la voz. Además, ya estaba bien de pasar días completos en cama, llorando 24/7. Él no soportaba verme triste y mis sollozos no lo dejaban dormir.

Sí, era guapo, era rico y era protector. No hizo más que darme techo y comida de primera; educarme, vestirme y cuidarme de cualquier peligro. Me quiso curar. Fui yo la que nunca estuvo a su altura.

Hay violencia que no deja ojos morados o marcas de puños en el estómago. Es violencia que tulle el amor propio, fragmenta el espíritu y reduce a basura la existencia. Y esa violencia también mata.

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